Por el Lic.Alberto Camacho
Egresado magna cum laude de la Escuela de Derecho en PUCMM. Legal Counsel en PedidosYa.
“Wow, ¿y tú haces todo eso tan joven?”; “disculpa, ¿qué edad es que tú tienes?”; “me preocupa su edad, creo que es muy joven”; “nunca pensé que alguien tan joven podría ser tan profesional y estar tan capacitado”; “yo a tu edad no hacía nada de lo que tú haces”; “¡qué dichoso eres de tener esa oportunidad!”; “-disculpe, quisiera hablar con el señor Camacho, ¿usted es su asistente? -No. Yo soy «el señor Camacho»”; “caramba, me lo imaginé mucho mayor, su nombre y apellido son de un señor”.
Así suena cuando se materializa un sesgo sobre la edad socialmente muy arraigado en la generalidad del contexto dominicano. Esas son las condicionantes inconscientes que puede proyectar cualquier persona y con las que tiene que cargar alguien a los 24 años abriendo camino en su carrera profesional. Alguien que a esa edad (i) ya ha pasado por posiciones de coordinación en multinacionales del sector consumo masivo, trabajando con varios países detrás de marcas muy reconocidas, (ii) es encargado de un departamento a nivel nacional de una disruptiva multinacional del sector tecnología, (iii) ha tenido cuatro buenas experiencias laborales previas, (iv) ha pasado por varios cursos y diplomados, (v) ha tenido participación activa en varias actividades extracurriculares y voluntariados y (vi) está culminando estudios de maestría, considerando que hasta hace 5 años ni siquiera el 1% de las personas de esa edad suelen alcanzar este grado académico en República Dominicana.
Sí, suena mucho para alguien que ni siquiera había cumplido 25 años. Lo cual siempre me obliga a reflexionar y poner en perspectiva los logros académicos, profesionales y personales versus la actitud que requiere batallar un sesgo en el día a día, esforzándome por intentar deconstruir un status quo tatuado en el subconsciente de nuestra sociedad para demostrar que está bien que alguien “joven” tome las riendas de asuntos importantes, siempre y cuando tenga las aptitudes para ello.
Lo anterior no implica que el camino esté libre de inseguridades ni que nadie pueda estar exento de pensar de esta forma. A modo de ejemplo, una de las experiencias que más alimentó este sesgo en los últimos años, incluso en mí que lo estoy criticando, fue conocer a los compañeros de mi primera maestría. Personas con perfiles profesionales impresionantes, quienes ya tenían en su mayoría varios estudios de posgrado, habían participado desde sus áreas en proyectos que son precedentes hoy en día en la región latinoamericana a nivel de negocios y Derecho, que es a lo que me dedico, tenían más años de experiencia que los que yo tenía de vida; o como yo bromeaba con mis amigos cuando me refería a ellos en forma de admiración: “las personas que tomaban las decisiones que movían el dinero del país”. En base a eso, tengo la osadía de decir que a cualquier persona le pasa por la mente la duda de si está al nivel, por más segura de sí misma que sea.
Pero estas dudas o inseguridades no detienen a mucha gente, incluyéndome. Entonces, ¿cómo llegamos a este punto?
Por el momento, hay tres costumbres que he tenido durante algunos años o situaciones que he vivido, principalmente en el ámbito universitario, y que han forjado algún elemento de lo que soy hoy en día:
Filosofía de deportista como constructora de campeones para la vida: Ser parte de los equipos de natación de PUCMM justo luego de aprender a nadar a los 10 años y crecer durante parte de mi infancia, mi adolescencia, hasta inicios de mi vida universitaria, como un atleta juvenil de alto rendimiento es algo que forjó en mí, no solo disciplina, sino una triada explicada por el 28 veces medallista olímpico, Michael Phelps, en su libro No Limits: cuidado físico, mentalidad fuerte y control emocional.
Cuando lo aprendí, lo adopté como mi filosofía de vida. Estar físicamente bien, sentirme bien, cuidar mi cuerpo como un templo, entrenar mi mente para ser yo quien trazara los límites de lo que era posible o imposible y manejar mis emociones para tratar de que mis objetivos no se vieran afectados.
Si bien este grado de autoexigencia puede ser altamente cuestionable desde el punto de vista de salud mental, es lo que me impulsó por años en mi día a día. Si tal vez no llegaba a las metas impuestas por mí, aun así, me llevaba a un lugar donde la vara quedaba muy alta para el promedio y me permitió sobresalir, haciendo esto una costumbre en mí.
Ser debatiente competitivo en PUCMM: Adoptar esto como una actividad extracurricular en mi vida me permitió exponerme a una catarsis que revolucionó mi forma de pensar y ver el mundo. Cuestionar todo (interno y externo a mí), no dar nada por sentado, tener una mentalidad crítica, ser tolerante, pensar de forma disruptiva, entender puntos de vista diferentes a los míos, entender que todo dependerá del color del cristal con el cual se mira, dar seriedad a la forma en como planteo mis ideas, relacionarme con personas extasiantes en un espacio que nos permitía ser intelectualmente libres y aprendiendo en rondas de unos 56 minutos cosas que nadie aprende durante toda su vida.
Giro de 180 grados no planificado: Lo que comenzó con una atrevida pregunta a una persona muy importante, que en su momento pensé estaba fuera de lugar, de si existía una vacante para alguien como yo, terminó con la frase: “Srta. Pearson… su Mike Ross va en camino”. Mudándome a Santo Domingo 2 días luego de graduarme de la licenciatura, viviendo solo, siendo completamente independiente, comenzando un trabajo soñado y sin siquiera imaginarme todo lo que me deparaba el futuro. Viviendo en lo que parecía encajar perfectamente en mi personalidad en ese momento: rapidez en el estilo de vida, alta competitividad, sentirme pequeño de nuevo, mucho aprendizaje, muchas cosas por hacer, ganas de llegar a la cima y querer comerme el mundo.
Pero de ninguna forma todos esos elementos de mi nueva vida encajaban tan bien en alguien con mi filosofía y mi personalidad sin llegar a tener mínimamente un serio burnout como resultado. Esto, que nunca antes había vivido, me descolocó y me hizo pasar por un momento de disrupción sobre mi esencia personal, viéndome obligado a deconstruir lo que yo pensaba que era y entender que podía trabajar por ser la mejor versión de mí mismo sin llevar mi vida a contrarreloj, como una carrera en la que nadie me ha pedido participar.
Esto es en parte lo que me ha hecho lo que soy hoy en día, una persona con virtudes y defectos. La misma persona osada y atrevida que puede parecer muy joven para hacer todo lo que ha hecho, pero sigue demostrando, al igual que muchos, que la edad es solo un número y no un factor determinante para lograr grandes cosas en el mercado donde nos desarrollamos.
De aquí parto para hacer algunas reflexiones, comenzando por una cita de Isabel Allende. Ella nos dice que “la edad, por sí sola, no hace a nadie mejor ni más sabio, solo acentúa lo que cada uno ha sido siempre”. Pienso que más que la edad, es la humildad, vulnerabilidad y persistencia las que abren puertas.
Todo lo que una persona pueda lograr o llegar a ser en su vida no depende de nada más que de sí misma. Es cuestión de actitud, disfrutar las altas y aprender de las bajas.
Si bien la experiencia es algo que pesa mucho, la actitud también. No es cuestión de ser joven o viejo. Es cuestión de acceder a oportunidades donde uno pueda exponerse, arriesgarse, errar y aprender en nuestra calidad de personas.
Al final, la gente que tiene experiencia debió pasar por lo mismo para ser quienes son hoy en día; y en el momento que lo hicieron, probablemente estaban en igualdad de condiciones que alguien de una edad menor que lo intenta por primera vez. También tenían ambición, inseguridades y voluntad de lograr grandes cosas; lo que no deja cabida a una etiqueta de edad.
Otros ejemplos de egresados de nuestra alma mater que complementan esta reflexión son María Laura Martínez, quien graduada apenas en 2019, igual que yo, ya es Gerente de Sostenibilidad del primer complejo industrial dedicado a la valorización y correcto tratamiento de los residuos sólidos en nuestro país; o Rawill Guzmán, quien graduado apenas en 2018, es uno de los letrados más jóvenes del Tribunal Constitucional dominicano y el docente más joven de nuestra Escuela de Derecho. Cuando leemos esto, es muy fácil olvidarse de la edad como etiqueta que es opacada por el logro, pero que está ahí presente en el día a día de personas como ellos.
En definitiva, debemos cuestionar nuestras realidades constantemente, ver el mundo más allá de los sesgos preconcebidos que todos tenemos en algún momento, para ser capaces de deconstruirlos y reinventarnos en una mejor versión de nosotros mismos.