Por Minou Tavárez Mirabal
Filóloga, Profesora y Política Dominicana
“….Si me mata, yo sacaré mis brazos de la tumba y seré más fuerte” respondía Minerva Mirabal, mi madre, cada vez que le advertían que Trujillo, el tirano que gobernó cruelmente nuestro país durante más de tres décadas, la había identificado a ella y a su familia públicamente como enemiga, lo que equivalía en la época a una sentencia de muerte.
Les comparto un poco de la historia no solo de mi madre sino también de sus hermanas, Patria y María Teresa cuyo ejemplo congrega a las mujeres del mundo en la lucha por erradicar la violencia de género cada 25 de noviembre, fecha en que fueron asesinadas.
Minerva, María Teresa y Patria Mirabal, tres jóvenes mujeres, profesionales, madres, militantes políticas, son bandera de la lucha de la mujer dominicana y latinoamericana por la conquista de sus derechos a la participación política y a la construcción de la democracia y se han convertido en figuras emblemáticas del mundo, desde que en 1981 el movimiento feminista de América Latina iniciara en su honor la conmemoración del 25 de noviembre como el Día Mundial por la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. La fecha se universalizó en 1999 mediante una resolución de la Asamblea de las Naciones Unidas que acogiera la propuesta presentada por 101 países.
Minerva, mi madre, mujer de gran entereza y madurez política, jugó un rol importante como ideóloga y creadora en 1960 del Movimiento Revolucionario 14 de junio, la más importante organización contra la dictadura en sus 31 años, junto a un grupo de hombres y de otra mujer. Algunos testimonios dicen que era ella la persona de mayor liderazgo, firmeza, capacidad organizativa y claridad política para dirigir al grupo. Sin embargo, le tocó a mi padre, Manolo Tavárez Justo, otro gran héroe de la democracia dominicana, ser el presidente de este movimiento, quizás porque en esa época era inconcebible, y tal vez aún lo sea ahora, que una agrupación política formada mayoritariamente por hombres fuera dirigida por una mujer.
“….Si me mata, yo sacaré mis brazos de la tumba y seré más fuerte.” He recordado miles de veces esa frase poderosa cuando de hablar sobre la lucha por la democracia y por los derechos de humanos y humanas se trata y cuando la violencia hacia las mujeres salta y asalta nuestras conciencias y nuestros corazones. Me consuela a veces pensar que gracias a la memoria estamos hoy y aquí recordando cuánta razón había en sus palabras y también me alienta siempre saber que ella y sus hermanas Patria y María Teresa siguen vivas cada vez que su ejemplo deja de ser invisible y sirve para repudiar la violencia que todas las sociedades del mundo han ejercido y ejercen contra las mujeres.
Al referirme a mi madre y a mis tías siempre he preferido hacerlo desde la evocación de sus vidas. Fueron sus vidas -con su trayectoria transparente, vertical, inefable- las que les otorgaron un lugar trascendente, no sólo en la historia de nuestra democracia y de nuestro país, sino en la de la humanidad completa.
“….Si me mata, yo sacaré mis brazos de la tumba y seré más fuerte.”
Minerva Mirabal
En este punto me anima revivir todas las conquistas que hemos alcanzado las mujeres, digamos desde que el mundo es mundo, pero sobre todo a partir del siglo XX. En algunos países con mayores avances, en otros con menos, en todas partes se está luchando por la igualdad y en ocasiones -dependiendo del territorio desde donde se enarbole esta bandera- es la vida misma la que muchos y muchas se juegan. Las mujeres somos desde hace décadas el sector más revolucionario de la sociedad y, estamos en excelentes condiciones para aprovechar, con nuestra capacidad de” refundación y de audacia”, estos momentos de inflexión en que suelen convertirse las crisis.
“….Si me mata, yo sacaré mis brazos de la tumba y seré más fuerte” parece ser un llamado ante el surgimiento de políticas que intentan revertir todas las conquistas que hemos alcanzado, cuando no se aprecia todavía lo que estamos haciendo frente a la pérdida de derechos, a los peligros de la maximización del rendimiento, de la producción ilimitada, del control generalizado y sus caminos fatales hacia la desigualdad y la pobreza.
“….Si me mata, yo sacaré mis brazos de la tumba y seré más fuerte” palabras premonitorias que también nos recuerdan que nuestra lucha tiene que encontrar el punto de encuentro entre la protección social y la emancipación. Pues, aunque seamos respetadas, se nos reconozcan los méritos, aunque muchas destrocemos el techo de cristal y muchas otras derribemos las paredes y pisos pegajosos, o, aunque muchas podamos llegar a viejas sin haber sido asaltadas sexualmente, si no encontramos ese punto de encuentro no mejorarán las cifras de crímenes con sexo femenino, los feminicidios. Tenemos que fijarnos en la estructura de la sociedad.
Cada mujer es una historia dentro de múltiples historias confluyentes, en distintos momentos de la historia humana y con la plenitud de incorporar lenguas, razas, geografías, culturas, partos, dolores y alegrías que se multiplican cada vez que una de nosotras se pone de pie y abre su voz y su pecho para SER mujer, resistir y acceder al ejercicio del poder y eso empieza por entender que nuestras agendas pendientes son las mismas de un planeta y de toda la raza humana en crisis: la defensa de los Derechos Humanos, la lucha contra la pobreza, la construcción de la justicia, la democracia y la paz en todos lados.
La buena noticia es que ahora, en los medios o a través de las redes sociales nos atrevemos a hablar, a denunciar. Denunciar no es suficiente mientras en cualquier rincón de mi país haya una madre y sus hijas de seis y nueve años violadas y asesinadas a manos del hombre que supuestamente las amaba, o una mujer de cuarenta con los huesos molidos y el terror detenido en los ojos. Tenemos derecho a tener derechos. Tenemos derecho a no ser importunadas; aunque lo añoren algunas damas que nunca se han visto acosadas en un tren, en un bus o en una calle de su ciudad.
Mientras esto continúe sucediendo, las mujeres, a pesar de la prisa de los días, tenemos que hacer una gran pausa para pensar el mundo, atreviéndonos a debatirlo todo a faldas quitadas, llamando las cosas por sus nombres desconfiando de lo irrefutable.
Alguna vez alguien dijo que la historia de la humanidad puede resumirse en la lucha progresiva por la libertad. Uno de los campos primordiales en esta lucha es el de la libertad de las mujeres, que implica necesariamente el respeto de sus derechos y de su dignidad.
Es por eso, que, en esta fecha, que nos lleva ineludiblemente a no olvidar el heroísmo, la determinación y la dignidad contenidos en las palabras de Minerva Mirabal, que nos lleva a recordar el dolor y las marcas que ha dejado la violencia hacia la mujer en tantos corazones, redoblamos esfuerzos y reafirmamos nuestro compromiso constante de luchar por una sociedad con mayor igualdad y traducirla en mayor felicidad para las mujeres.
Ayer, ahora y siempre, las repuestas a nuestros desafíos han estado, están y estarán ahí, tan cerca como en la mirada del otro y de la otra. Las respuestas correctas están en lo posible que no alcanzamos a ver, en la convergencia de un mundo con más voluntad política para ejercer bien el poder, con mayor conciencia ciudadana para ser actores de nuestras propias historias y menos víctimas de nuestras propias realidades. En respuestas que saquen a flote la necesidad idéntica de integrarnos, de centrarnos en hacer realidad el simple principio de igualdad… y, sobre todo, que saquen nuestros brazos de la tierra para que seamos mucho, muchísimo más fuertes.