por el Dr. Iván Manuel Viera García
Egresado de la carrera de Medicina (PUCMM 2014). Especialista en Psiquiatría y un Postgrado en Psicogeriatría en la Universidad Maimonides en Argentina.
En la actualidad es muy usual escuchar o encontrarse con los apologistas de lo nuevo, los de primera fila, los que van en la delantera, lo más moderno, lo no anticuado o lo que se definiría como “vanguardia”. No queriéndose aquí condenar lo novedoso. Al contrario, aplaudimos todo lo que tenga un efecto positivo para nuestro porvenir como sociedad. Sin embargo, con lo que no estamos de acuerdo es olvidar nuestro pasado, lo inconscientemente acumulado, nuestros legados familiares, lo transmitido por nuestros antepasados o en pocas palabras la tradición o traditio en su denominación latina.
Por lo tanto, sobre lo que aquí se escribe y se quiere resaltar, es la importancia del mantenimiento de nuestra historia, lo construido o lo que tenga alguna intención de describir nuestros “cimientos como sociedad”. Pudiendo así tener, aunque sea la más mínima idea de cómo fuimos avanzando desde los pueblos o comunidades hasta sociedades actuales.
¿O acaso queremos dirigirnos hacia lo que se denominaba futurismo? En cuyo manifiesto proclamaba:
“Levantad vuestras piquetas, vuestras hachas y martillos, y destruíd, ¡destruid sin piedad las ciudades venerables! ¡Adelante! ¡Quemad los estantes de las bibliotecas! ¡Desviad el curso de los canales para que inunden los museos!”
Con lo anterior mencionado. Se resalta nuestra intención de poner como punta de lanza , visible y subrayado con un tinte grueso y firme, la importancia de nuestros abuelos y nuestros padres como dadores de cultura, valores y costumbres. Por lo tanto, es bueno resaltar que lo novedoso corre el riesgo de ser perecedero, mientras que los valores tradicionales resisten el paso del tiempo y permanecen.
En conclusión, este es un llamado para los jóvenes, con la intención de que estos busquen imitar los valores positivos de sus progenitores.