Entrevista a Fabio Guzmán Ariza

Egresado de Derecho (PUCMM, 1981) Licenciado en Ciencias y Humanidades del Massachusetts Institute of Technology (MIT)

Presidente del bufete de abogados Guzmán Ariza[1]​de la Fundación Guzmán Ariza Pro Academia Dominicana de la Lengua, de la Fundéu Guzmán Ariza[2]​ y del Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía

Compartir

Su carrera en el ámbito jurídico y editorial es un referente del lema que ha acogido la firma de abogados que preside: experiencia e innovación. ¿Podría compartirnos cuál considera que ha sido el mayor desafío profesional que ha enfrentado y cómo lo superó?

El mayor desafío profesional que he enfrentado —y, al mismo tiempo, mi mayor logro— ha sido transformar la oficina unipersonal de mi padre en San Francisco de Macorís, a la que me integré tras graduarme de la UCMM en enero de 1981, en la firma de abogados más grande de la República Dominicana, con diez oficinas en todo el país y más de cincuenta abogados. Este crecimiento se produjo en un contexto de feroz competencia, escasa cultura organizativa en el ejercicio de la abogacía y continuos cambios en el entorno profesional. Superar este reto ha requerido la conformación de un equipo de alto nivel, al que he inculcado una cultura de trabajo basada en una organización rigurosa, puntualidad suiza y una comunicación constante, transparente y oportuna con nuestros clientes. Estos valores, lamentablemente poco comunes en la gestión profesional y empresarial dominicana, han sido clave para alcanzar nuestros objetivos. Como suelo decir en tono jocoso, el lema no oficial de Guzmán Ariza bien podría ser inter caecos, luscus rex (“en tierra de ciegos, el tuerto es rey”).

Como autor de numerosas obras y figura clave en la difusión del conocimiento jurídico, ¿qué lo motiva a seguir creando y compartiendo su experiencia a través de proyectos editoriales?

Por temperamento y vocación, siempre me he sentido más inclinado hacia la academia que al ejercicio profesional. De hecho, si en nuestro país hubiese existido la posibilidad de desarrollar una carrera universitaria digna, con una remuneración suficiente para vivir cómodamente, nunca habría ejercido como abogado. Sin embargo, la desafortunada realidad del profesorado dominicano —privado de los beneficios habituales en otros países— me llevó, por necesidad (y hoy diría que por fortuna), a ejercer como abogado. 

Durante un cuarto de siglo ejercí intensamente la profesión hasta que, tras alcanzar cierta estabilidad económica y asegurar que la firma pudiera operar sin mi intervención directa en el manejo de la clientela, decidí optar por un semirretiro. Desde entonces, me he desligado del trato cotidiano con los clientes y de las defensas ante los tribunales —sin duda, los aspectos más demandantes y estresantes del ejercicio de la abogacía— para concentrarme en funciones estratégicas: presido la junta de socios de la firma —actualmente somos once—, garantizo que se implementen y mantengan la visión y los valores institucionales, oriento y asesoro a nuestros abogados asociados y actúo como consultor interno. Esta nueva etapa me ha permitido dedicarme plenamente a mis dos grandes pasiones académicas: el Derecho y el Español.


La figura de mi padre fue, sin duda, la mayor influencia moral en mi vida. Su ejemplo constante de esfuerzo, disciplina y dignidad marcó profundamente mi carácter.

¿Cuáles cree que son los principales desafíos y oportunidades para los profesionales del Derecho en la República Dominicana en los próximos años?

Los profesionales de Derecho de alto nivel enfrentan dos grandes desafíos en los próximos años: la inteligencia artificial y las crecientes exigencias de los clientes corporativos, tanto locales como extranjeros.

La inteligencia artificial (IA) está redefiniendo el ejercicio jurídico a nivel global. Los abogados que se resisten a incorporar estas herramientas corren el riesgo de perder competitividad, ya que la IA automatiza tareas rutinarias como revisión de documentos, la redacción de contratos y la investigación jurídica con una rapidez y eficiencia imposibles de alcanzar manualmente. Quienes insistan en métodos tradicionales se arriesgan a quedar rezagados frente a firmas que aprovechan estas tecnologías para optimizar tiempos y costos.

Paralelamente, los clientes corporativos han elevado considerablemente sus expectativas respecto al tiempo de respuesta en la prestación de asesoría jurídica. Por ejemplo, hace cuarenta años, era aceptable responder cartas en el transcurso de varios días o incluso una semana; hace diez años, esperar un día para contestar un correo electrónico o devolver una llamada era lo habitual; hoy en día, los clientes demandan respuestas casi instantáneas, en cuestión de horas. Esta presión por la inmediatez, sin embargo, puede ser contraproducente: reduce el margen necesario para realizar un análisis jurídico profundo, riguroso y bien fundamentado, y además genera altos niveles de estrés en los profesionales, afectando tanto la calidad del servicio como el bienestar del abogado.

Esta dinámica impone un desafío significativo para los abogados, quienes deben actualizar constantemente sus competencias técnicas, conocer profundamente el negocio del cliente, adoptar metodologías ágiles e invertir en tecnología. A pesar de las presiones, aquellos que logren adaptarse estratégicamente se posicionarán como asesores integrales, esenciales para la toma de decisiones corporativas complejas.

Por otro lado, la gran oportunidad para los abogados dominicanos en los próximos años radica en el posicionamiento internacional del país, que actualmente goza de un creciente prestigio como destino seguro para las inversiones. No es casual que se diga, con razón, que la República Dominicana está de moda. Prueba de ello es que, en 2024, el país lideró a Centroamérica y el Caribe en materia de inversión extranjera directa, alcanzando la cifra récord de 4,523 millones de dólares, equivalente al 41 % del total invertido en toda la región.

Para firmas como la nuestra, especializadas en asesorar a clientes internacionales con una estructura profesional de primer nivel y abogados multilingües, esta coyuntura representa una gran ventaja competitiva. Nuestra trayectoria precisamente comenzó aprovechando la apertura económica y turística en los años ochenta, cuando establecimos oficinas en Sosúa y Las Terrenas. Hoy en día, gracias al crecimiento sostenido de la economía dominicana y a su creciente integración al mercado global, cualquier firma que sepa aprovechar estas condiciones encontrará excelentes oportunidades para expandirse y consolidar su posición en el mercado.



Mi padre concebía la abogacía como una vocación al servicio de la justicia, no como un simple medio de lucro o prestigio.

Hace más de cuatro décadas que se graduó de nuestra alma mater. ¿Cómo describiría el impacto que ha tenido en su vida personal y profesional haber estudiado en la PUCMM?

Mis estudios en la entonces UCMM fueron mis segundos estudios universitarios: años antes me había graduado de licenciado en Ciencias y Humanidades (con concentración en Ciencias Exactas e Historia) en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), culminando así más de una década de estudios en los Estados Unidos y Canadá, adonde partí en 1962, apenas cumplidos los trece años. 

Mi paso por la UCMM marcó mi plena reinserción en la sociedad dominicana, el inicio de nuevas amistades y el encuentro con compañeros excepcionales —muchos de los cuales ocupan hoy posiciones de relevancia en nuestro mundo jurídico—. Representó también el redescubrimiento de mi entorno patrio desde una perspectiva adulta y me permitió comprender con mayor profundidad las raíces culturales y sociales del país, así como apreciar con más conciencia las oportunidades y desafíos que ofrecía la República Dominicana en esa etapa de su desarrollo.

Nos gustaría explorar la influencia de la figura paterna en su vida. ¿Qué valores o lecciones fundamentales aprendió de su padre que lo han guiado en el camino recorrido?

La figura de mi padre fue, sin duda, la mayor influencia moral en mi vida. Su ejemplo constante de esfuerzo, disciplina y dignidad marcó profundamente mi carácter. Nacido en un entorno rural humilde y sin privilegios, desempeñó toda clase de oficios antes de llegar a ser abogado, habiendo cursado la carrera como estudiante libre en la entonces Universidad de Santo Domingo, sin avergonzarse jamás de sus orígenes. Al contrario, los asumía con orgullo como el crisol en el que se forjó su temple. De él aprendí que la constancia y la fe en uno mismo son las herramientas más poderosas para superar las adversidades y alcanzar metas que, para otros, parecerían inalcanzables.

Mi padre concebía la abogacía como una vocación al servicio de la justicia, no como un simple medio de lucro o prestigio. Me enseñó que lo esencial en el ejercicio del Derecho no es la brillantez técnica, sino la rectitud de conciencia, la honestidad, la disciplina y la organización. Desde los inicios de mi ejercicio profesional me inculcó que el abogado inmoral —por talentoso que fuese— representaba una amenaza para la justicia y para la sociedad. Su concepto de la ética profesional fue siempre firme e intransigente, y su vida entera demostró que es posible ejercer la profesión con éxito sin traicionar los principios ni ceder ante la corrupción o la vanidad. Ese compromiso fue reconocido oficialmente en 1977, al cumplir cincuenta años de ejercicio, cuando le fue otorgada la Orden del Mérito de Duarte, Sánchez y Mella, en el grado de Gran Cruz de Plata. El entonces presidente Joaquín Balaguer, al imponerle la condecoración, destacó su “actividad profesional ejercida con rectitud, con consagración, con celo, con constancia, con seriedad y con honestidad irreprochable”, la cual, afirmó, podía servir de ejemplo de “la manera de lucir con dignidad romana una toga y el modo de servir con rectitud no solo a la sociedad, sino también a la causa de la justicia dominicana.”

Como padre, su dedicación fue total. Para él, educar a sus hijos era no solo un deber, sino una misión vital. Hizo sacrificios enormes —incluso afectivos— para asegurarnos una formación académica sólida, aun cuando eso significara enviar sus tres hijos al extranjero desde muy jóvenes. Esa decisión, tomada con recursos limitados y desde el pequeño pueblo del país que era San Francisco de Macorís en la época, solo se explica por su visión de largo plazo y por su inquebrantable fe en el poder transformador de la educación.

Más allá de los títulos o reconocimientos, mi padre me dejó una herencia mucho más valiosa: el ejemplo de una vida íntegra. Su mensaje final, recogido tanto en sus palabras como en sus actos, fue claro: la verdadera riqueza que uno puede legar es su conducta y su buen nombre. Esa enseñanza ha guiado cada paso de mi camino profesional y personal, como un compromiso asumido, no solo como hijo, sino como abogado.

Presidente del bufete de abogados Guzmán Ariza[1]​de la Fundación Guzmán Ariza Pro Academia Dominicana de la Lengua, de la Fundéu Guzmán Ariza[2]​ y del Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía

Otras lecturas