La educación universitaria cambia vidas

Testimonio del Ing. Edwin Pereyra
Guardián de la Academia

Era el año 1992 cuando la familia de uno de los Guardianes de la Academia sufrió un duro revés económico: sus negocios quebraron y, sin otra alternativa, tuvieron que trasladarse a vivir en la oficina de su antigua fábrica, situada a escasos tres metros del río Gurabo. En 1998, cuando el huracán Georges azotó la región, el río desbordó sus aguas, inundando su precaria vivienda y destruyendo casi todas sus pertenencias.

La adversidad no dio tregua. En 1996, la madre falleció; once meses después, también lo hizo el padre. Con apenas 16-17 años el mayor y 14-15 la menor, quedaron solos, enfrentando una espiral de dificultades económicas y emocionales. No obstante, su familia siempre tuvo clara una convicción: solo a través de la educación podrían superar la pobreza y alcanzar la movilidad social que tanto anhelaban. En aquel entonces, el hermano mayor cursaba el primer semestre de Ingeniería Industrial en la PUCMM y su hermana estaba en el tercer año de bachillerato en un colegio de Santiago. Sin embargo, tras la pérdida de sus padres, se hizo imposible costear los estudios.

Gracias al apoyo de algunos familiares, lograron cubrir el primer y segundo semestre de la universidad. Pero en el verano de 1998, esos fondos se agotaron. Sin opciones, el joven decidió retirarse. Se lo comentó a sus compañeros, y uno de ellos, quien lo había recibido en su casa muchas noches para supuestamente estudiar, pero era para aprovechar y poder cenar, compartió la situación con su padre. Al día siguiente, aquel hombre lo llamó a su oficina y le preguntó cómo estaba. “EXCELENTE”, respondió el joven. Sorprendido, el hombre le cuestionó: “¿Cómo puedes estar excelente si mi hijo dice que vas a retirarte de la universidad porque no puedes pagarla?”.

Con determinación, el joven respondió: “No se preocupe, porque tengo un plan. Trabajaré un semestre y estudiaré el otro. Para mí, estudiar es lo más importante en esta etapa de mi vida. Mis padres siempre me enseñaron que cualquiera puede pasar por una crisis, pero si uno está preparado, tarde o temprano saldrá adelante. Yo voy a estudiar y me voy a graduar”.

Lo que en su momento fue un gesto de solidaridad, hoy se traduce en un compromiso: devolver a otros la misma oportunidad que un día les cambió la vida.

Conmovido por su determinación, aquel hombre noble le dijo: “Escucha bien lo que vamos a hacer. He depositado en una cuenta el dinero para que puedas pagar un año de universidad. No sé cómo te alimentarás o cómo te transportarás, pero lo que sí sé es que no puedes abandonar la universidad. Llevo seis meses viéndote en mi casa y sé que lograrás cosas importantes, pero necesitas educarte”.

Aquello fue como ver a Dios. La desesperanza se disipó, y el camino hacia el futuro se iluminó nuevamente. Posteriormente, el joven solicitó un crédito educativo en la PUCMM, avalado por el padre de otro amigo. Gracias a este apoyo, logró graduarse como ingeniero industrial y, posteriormente, completar una Maestría en Gestión Logística en la misma universidad. Su hermana también accedió a un crédito educativo y logró graduarse en la misma carrera.

Hoy, ambos hermanos son empresarios con presencia a nivel nacional e internacional. Todo gracias a la oportunidad de estudiar y al apoyo de personas generosas que creyeron en ellos. Lo que en su momento fue un gesto de solidaridad, hoy se traduce en un compromiso: devolver a otros la misma oportunidad que un día les cambió la vida.

Este testimonio es prueba de que la educación no es solo un derecho, sino el puente que conecta los sueños con la realidad. Programas como los fondos de beca no son meras ayudas financieras; el patrimonio que hoy queda instituido es la mano amiga que cientos y miles de dominicanos necesitan para transformar su vida y, con ello, el destino de toda una nación.

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