Por el Padre William Arias
Director de la Escuela de Teología de PUCMM
La palabra de Dios puesta por escrito que es la Biblia, nos habla de María como la madre de aquel profeta itinerante de Nazaret llamado Jesús. El título de María como madre de Dios es posterior hacia el siglo IV d.C., fruto de la tradición y el magisterio de la Iglesia y fruto de la entrada de la filosofía y de los filósofos del momento en la órbita de la Iglesia.
María como madre de Jesús debió de ser como el común de las madres de los pueblos que se desarrollaron a orillas del mar Mediterráneo donde el vínculo madre-hijo es más intenso, la madre es responsable de la crianza del hijo, a pesar de que en el mundo mediterráneo hay un aborrecimiento de lo femenino.
En la literatura apócrifa o no inspirada hay abundancia de escritos referentes a María y también en lo tocante como madre, pero históricamente no merecen ningún crédito, pero sí dejan claro la maternidad de Jesús en referencia a ella, y el aprecio, respeto y veneración que los primeros cristianos tuvieron hacia ella.
En los evangelios el que más abunda sobre el tema es Lucas (1,26-38), presentándola desposada y anunciando su maternidad fruto de una acción divina; también Mateo hace algo igual (1,18-25), no así Marcos quien no habla directamente de la maternidad, sino que la nombra más tarde (Mc 3, 31-35). El cuarto evangelio o Evangelio de Juan tampoco da detalles sobre la maternidad, sino que se limita a presentarla en dos momentos claves de la vida de Jesús: El comienzo de su misión (Jn 2,1-12) y en el momento culminante de la cruz (Jn 19,25-27). Los escritos de Pablo y demás cartas, no tratan el tema, debido a que las cartas son muy específicas y concretas en problemáticas relativas a la comunidad.
Pero la Iglesia a lo largo de su historia ha ido mediante la religiosidad popular haciendo muy suya la tradición de la veneración y devoción por la Virgen, a tal punto que en España y América Latina, sobre todo, no hay un lugar en donde la fe cristiana no pase por la devoción mariana, y en este contexto colocamos a nuestro país, dónde María es venerada bajo la advocación de la Virgen de la Altagracia, representada en la imagen de una pintura, que descansa en el Santuario de la localidad de Higüey.
Hay toda una historia detrás de esta tradición de fe, desde lo legendario hasta lo real, como son todas las tradiciones ya sean religiosas o no a nivel antropológico, social y religioso, pero lo que sí está claro es el amor a Dios que los dominicanos han dispensado a través de María Virgen de la Altagracia, en la cual se reconoce la más alta gracia que el Señor a dispensado a uno de sus hijos en la persona de María, que es la de ser la madre del redentor. Por eso a lo largo de todo el año y en especial el 21 de enero son muchos los que se encaminan a Higüey, para allí agradecer o pedir a Dios por mediación de la Virgen que el Señor le haga destinatarios de sus favores, pero también en muchos poblados y hogares dominicanos hay esa devoción que diariamente alimenta la fe de los seguidores de su hijo Jesús entre nosotros.
Desde el 2021 toda la Iglesia dominicana se está preparando para un gran jubileo, todo un año de preparación para celebrar en agosto de este año los 100 años de la coronación canónica, en otras palabras, la consagración del país a la Virgen, pues el 22 de enero de 1922, en el parque Independencia de nuestra capital, nuestra nación fue consagrada a ella, por eso es que reconocemos a la Virgen de la Altagracia como Protectora de todos los dominicanos; sobre este acontecimiento, los Obispos nuestros en su carta pastoral de enero del 2021: “Nuestra Señora de la Altagracia, un regalo de Dios al pueblo dominicano Preparación del Centenario de su Coronación Canónica”, nos dicen: “…queremos también disponernos a celebrar los 100 años de la Coronación Canónica de la Imagen de la Altagracia. Aquel 22 de enero del año 1922, fue un evento de fe impresionante. Lo que pasó en aquella semana de agosto de 1922, nos deja aun hoy asombrados de cómo el pueblo se volcó en una celebración que marcó un hito en los anales de la historia de la República Dominicana.”
Por lo tanto, tenemos que poner todo nuestro empeño para los preparativos de esta gran celebración de fe, muy significativa para todos nosotros, pues sobre la persona de María nuestros pastores señalan: “Ella acogió el Reino de Dios, aceptando su voluntad; asumió la misión de ser Madre de su Hijo, manteniendo y cuidando su embarazo a pesar de las críticas y del peligro que corría su propia vida. Ella es modelo y sostén de todos los que, por cumplir los principios del Evangelio, arriesgan sus vidas. Ella vivió los valores del Reino de Dios en la familia, siendo una estrella ejemplar que guía también las nuestras hacia la plena salvación. Como ella, vivamos la alegría, la acogida, la confianza, y no le tengamos miedo al sacrificio. Prometamos amar nuestra patria porque todos los que la habitamos somos sus hijos, y ella es la Reina Protectora de todos los dominicanos, y en especial de los más desprotegidos. Luchemos por combatir el mal a fuerza de bien.”
También el Papa San Juan Pablo II, en su última visita al país en 1992, la declaró como Madre Espiritual de todos los dominicanos, pues así como todos tenemos una madre carnal, que nos ha dado la vida, María de Altagracia ejerce sobre nosotros esa maternidad espiritual, que nos viene del hecho de que su Hijo nos ha hecho hijos de Dios, “hijos en el hijo” al decir de San Pablo, y por lo tanto nos ha hecho hijos de su madre, y dándonosla a cada uno en el momento cruento y sacrificial de la cruz, según el evangelio de Juan.
Por todo esto damos gracias a Dios que nos lleva a su presencia por medio de la Madre, y gracias también por que nos cuida y protege por medio de la Protección que a través de María Virgen de la Altagracia nos dispensa y en especial como pueblo, que ella nos siga guiando por las senda de su hijo y que nosotros seamos siempre hijos obedientes, que nos dejemos guiar por lo que nos pide y dice nuestra madre María de la Altagracia.